Es un momento emocionante cuando me sumerjo en la cueva natural del glaciar, en otro mundo. Mi cuerpo libera hormonas de la felicidad y adrenalina al mismo tiempo, porque a pesar de su masa, la belleza parece frágil y desde luego no es imperecedera. Una y otra vez se oye un sordo crujido en el interior de las masas de hielo y un goteo constante desde el techo. Unos trozos de hielo peligrosamente grandes en el suelo me recuerdan que siempre puede caer algo. Mi mente está despierta, mi espíritu encantado por esta majestuosa estructura, envuelta en colores que sólo un glaciar puede pintar. Tan hermoso que apenas se puede describir con palabras. Y luego esta tranquilidad... sólo interrumpida por los misteriosos sonidos que emite el glaciar desde su interior. Me tiemblan las manos mientras hago fotos. No es el frío.
La nieve y el viento como maestros constructores
Incluso los freeriders de toda la vida que llevan medio siglo esquiando en el Titlis están impresionados y dicen que nunca antes había ocurrido algo así aquí arriba. Probablemente hay varios factores en juego que hacen posible visitar, o incluso esquiar a través de la cueva de 50 metros de largo.