Pilotos de primera, productora de primera, planos de primera en localizaciones de primera. Uno pensaría que estos son ingredientes que sólo pueden hacer una película de primera. Bueno, bueno. Por un lado, tenemos una banda sonora que, en su mayor parte, es bastante insignificante: música downtempo semielectrónica que sirve de fondo a heroicas tomas de esquí. Debe quedar claro que esto no tiene por qué entusiasmar a la larga. Por desgracia, estos son los momentos interesantes de la película.
Por otro lado, tenemos una historia del fin de los tiempos que se las arregla exclusivamente con niños de película. Una especie de Mad Max de primaria sin violencia, cuero, remaches, pandilleros psicópatas ni motos, narrada por un llorón niño de 8 años. ¿Suena bien? Pues te esperan 45 minutos de esta inspiradora historia. En pocas palabras: El mundo perece por la estupidez de la gente, todo es un desierto. Los niños pasan el rato cerca de una vieja casa donde al parecer vivía un esquiador. Un niño encuentra una bola de nieve. La bola de nieve es una locura. Giro dramático. Se acaba el agua. El niño sale en esquís a buscar una montaña y nieve. El niño regresa: final feliz. Acompañado de una interminable e interminable cháchara infantil que te hace desear constantemente que se calle o al menos se suene la nariz.
Por suerte, la película de Disney se interrumpe repetidamente con clips en los que realmente se puede ver esquiar. Un esquí bastante bueno, además. Con tomas bastante buenas y música bastante aburrida. He visto la película algo menos de una vez y media, la primera sin saltarme ninguna parte. He luchado mucho contra el sueño. No lo escribo porque suene mezquino, por cierto, es la verdad.