Cruzamos una larga meseta y estamos tan cerca de la montaña como el camión puede llevarnos. Ahora, con pesadas mochilas a la espalda, caminamos durante una hora y media subiendo y bajando 5.000 metros por un paisaje de morrenas. Durante un descanso, comienza una discusión que hace que Peter deje sus esquís, mientras que Brigitte y yo decidimos llevarlos con nosotros hasta el final, aunque tengamos que volver a cargar con ellos montaña abajo, aunque todavía no está claro si es posible descender y cómo. Irritados por los esfuerzos de la ascensión y la corta noche, los dos Peters, que están decididos a alcanzar la cumbre y opinan que no podemos llegar a nuestro destino con el equipo pesado, deciden marcharse. Estoy muy decepcionado, porque después de todo, he venido aquí a esquiar sobre arena. Por desgracia, mire donde mire no hay más que roca volcánica blanca y no parece que se pueda esquiar sobre ella. No obstante, si voy a subir la montaña, quiero volver a bajarla esquiando, así que me vuelvo a poner la mochila y continúo. Afortunadamente, Brigitte me apoya y también corre detrás de mí con el equipo de esquí a hombros. Poco después, subimos la última morrena y llegamos al pie de la montaña a través de un altiplano kilométrico y, como ya habíamos sospechado en las morrenas, la montaña no es de arena sino de roca volcánica blanca. Lentamente, ponemos un pie delante del otro, deteniéndonos de vez en cuando para recuperar el aliento. Hasta que estamos justo debajo de la pre-cumbre y Peter, que se había adelantado un poco, vuelve y dice que hay un viento tan fuerte en la pre-cumbre que sería imposible continuar sin morir de frío. Como ya han pasado siete horas, decidimos dar la vuelta. Así que me quito las botas de montaña, me pongo las botas de esquí y me calzo los esquís. ¿Qué se siente al esquiar sobre esta superficie? Tengo que tener cuidado para evitar las grandes rocas, pienso para mis adentros. Espero no caerme, porque ¿cómo voy a volver a bajar si me lesiono? Espero tensa a que Peter ajuste la cámara, ya que es él quien tiene que hacer las fotos en lugar de Stefan, y tras echar un vistazo errante a la distancia que hemos recorrido, me pongo en marcha. El pedregal empieza a moverse conmigo, lo que no esperaba, y en la primera curva me arranca las piernas. El aterrizaje forzoso es doloroso y me deja muchos moratones, pero no dejo que eso me impida continuar.
Brigitte es más sensata, se calza los esquís una y otra vez y sólo esquía los tramos que consisten en roca volcánica más fina. Yo tengo que parar una y otra vez porque sencillamente no puedo recuperar el aliento. Tras reorientarme sobre la mejor dirección para continuar, sigo adelante y poco a poco empiezo a disfrutar del terreno y, cuantos más metros de altitud he ganado, más tiempo puedo esquiar. De vuelta al pie de la montaña, abrazo feliz a Brigitte antes de volver a atar el equipo a la mochila y emprender el largo camino de vuelta. Disfrutamos de un largo baño caliente en las termas por última vez esa noche antes de caer en un profundo sueño, muertos de cansancio.
De vuelta en Copiapó, nos encontramos con Stefan y Verena, que ya habían explorado una gran montaña para esquiar en la arena y también están bien recuperados. Hablamos y les contamos cómo nos sentimos, cómo fue y que fue una pena que no pudieran estar allí y nos damos cuenta de lo orgullosos que estamos de nosotros mismos por haber llevado los esquís hasta el final y haber conseguido este descenso a pesar de todo... Texto: Anna Hagspiel, Fotos: Stefan Neuhauser Página web de Stefan Neuhauser