Octubre puede ser un mes difícil en Argentina. El país se da cuenta de que se acerca el invierno en el hemisferio norte y de que es hora de cambiar de estación. Los telesillas cierran, las temperaturas suben y la nieve se retira por las laderas de las montañas. Caminar más y más lejos con zapatos cada día da a uno mucho tiempo para reflexionar sobre su situación, y la naturaleza descabellada de sus actividades. Todo el caminar añade complejidad a las actividades de montaña, lo que cambia la naturaleza de nuestro esquí. Tanto los músculos que se utilizan como el horario que se sigue cambian a medida que la subida se vuelve tan importante como la bajada, aunque todo siga girando. El tiempo de inactividad escasea, y se dedica más a la recuperación que al consumo de fernet. Los días empiezan a difuminarse en una gran cadena de agotamiento y el dolor sordo de la fatiga muscular que es imposible ignorar. Esta complejidad añadida no hace más que cambiar la naturaleza de nuestro esquí. Cada pequeño obstáculo se convierte en una seria consideración. Por ejemplo, el viento, una característica continua de los Andes, pasa de ser una leve molestia a un demonio aullante que puede acabar con los más firmes deseos de seguir esquiando. Los simples cruces de riachuelos se convierten en peligrosas formas de acabar antes de tiempo con un diluvio de agua en las botas de esquí. Y la lista sigue. Y sigue. Y sigue. Estos obstáculos diarios se convierten en enormes vallas que ponen a prueba la devoción y el amor por el esquí. La mente se convierte en la herramienta con la que superamos estas pruebas de devoción con una resolución sólida. Es cuando se superan las pruebas y se superan los obstáculos cuando la complejidad puede hacer que se aprecien estas búsquedas tan descabelladas. Para las personas adecuadas, las dificultades sólo les obligan a estar a la altura de las circunstancias. Luchar contra la bestia del agotamiento, el dolor de la fatiga, la brutalidad de los elementos y los demonios personales que insisten en que no se puede hacer puede ser rejuvenecedor, esclarecedor. Es la razón por la que perseguimos las cosas difíciles y nos deleitamos con el reto en primer lugar. Asumir estos retos siempre ha resultado gratificante. Este octubre no ha sido una excepción. Siguió nevando en las alturas, lo que dio lugar a algunos de los mejores giros de la temporada. La determinación se mantuvo a pesar de los altibajos, los días de bajón, las salidas tempranas, las nubes, el viento, la lluvia y todo lo demás. Aunque el tiempo no acompañó lo suficiente como para pasar la noche en las montañas, se aprovechó al máximo lo que se pudo. Fue agridulce: había una cantidad abrumadora de terreno que se desvaneció en la mente, pero la acampada invernal siempre ha sacado lo mejor de nosotros. Con tiendas o sin ellas, pudimos llegar a algunos picos más grandes y de mayor altitud, y seguir poniendo a prueba nuestros límites. Una de las cosas más notables de octubre en los Andes fue la escasez de esquiadores. Era obvio que las cosas no eran sencillas, pero nos hizo preguntarnos si es una locura esquiar en octubre en los Andes. Quizá nos estábamos convenciendo de que estas actividades merecían la pena cuando no era así. Quizá habríamos empleado mejor nuestro tiempo intentando otras cosas. Era fácil pensar que no estábamos del todo cuerdos. Resulta que era igual de fácil preguntarse si, al no ver que otros también lo intentaban, éramos nosotros los que estábamos acertando.