A veces nos frustra porque tarda en llegar, y a veces llega en abundancia, pero en realidad nunca tenemos suficiente: la nieve. Es la base de nuestra pasión, porque cualquiera que se haya perdido alguna vez en la arena o en un prado con sus esquís o su tabla de snowboard sabe que nada se desliza tan bien como el agua congelada en cristales.
La conocemos en muchas formas diferentes, preferiblemente como nieve en polvo recién caída o ablandada, pero también podemos disfrutarla como nieve a la deriva soplada, placas prensadas por el viento, nieve quebrada recongelada, aguanieve húmeda e incluso como nieve artificial fabricada a máquina. Sin embargo, la nieve amarilla o marrón no es recomendable.
La nieve está formada por diminutos cristales, que se dividen en más de 35 categorías, como la propia nieve. Para empezar, la clásica dendrita, como en un libro ilustrado. Los granos redondos se forman por metamorfosis degradante y los cristales son destruidos mecánicamente por el viento. Sin embargo, una metamorfosis acumulativa puede dar lugar a cristales de copa angulosos o a escarcha superficial brillante.