Eran mediados de mayo de 2013 y estábamos a mitad de nuestra expedición al macizo de Tavan Bogd, en Mongolia. Había tormenta y nevaba, y sentíamos que habíamos perdido todo contacto con el mundo exterior. Hacía más frío, más viento y más hielo de lo que habíamos temido, pero cuando el tiempo se despejaba, la zona era más impresionante y extensa de lo esperado, en su mayor parte bajo un cielo azul infinitamente brillante.
Habíamos llegado a este remoto rincón de las montañas Altai para esquiar líneas emocionantes y contemplar algunos de los picos de 4.000 metros que se encontraban por el camino. Melissa Presslaber, una de las mejores esquiadoras de freeride de gran montaña de Austria, tuvo la idea de este viaje a Mongolia y reunió a un equipo de alpinistas con la misma ambición. Liz Kristoferitsch es la snowboarder austriaca con más éxito en freeride, Michi Mayrhofer es una atareada rider de competición, el fotógrafo Zlu Haller es una leyenda del búlder de Innsbruck, Tom Andrillon es un experimentado cineasta francés y yo, Stephan Skrobar, dirijo un Centro de Freeride en Austria.
La preparación requirió tiempo, dinero y nervios; y sin embargo formó parte de toda la experiencia. Tuvimos que organizar visados y permisos fronterizos, repasar vacunas, pedir patrocinadores, repetir métodos de rescate y, en definitiva, meter nuestro equipo en bolsas que no hicieran enfadar a las aerolíneas y a su personal. Desgraciadamente, fracasamos estrepitosamente en esto último.
Los últimos pasos logísticos se dieron en Ulan Bator, la capital de Mongolia. Mongolia Expeditions fue nuestro socio para el transporte y el catering, por un lado, y para el importantísimo contacto con la cultura y la filosofía de vida locales, por otro.